Opinión
De mujeres y hombres (primera parte)
Por Luis Manuel Saavedra Hinojosa
Aprovechando la llegada del día de las madres, vale la pena reflexionar acerca del lugar que se les ha dado a las mujeres (y por consiguiente a las madres) en la sociedad mexicana. Para esto, primero hay que analizar los dos tipos de machismo que existen: el invisible y el visible. ¿Por qué? Lo he dicho con anterioridad y no es sorpresa que lo repita ahora, la sociedad mexicana es machista en extremo, y aunque esto es algo que (por sorpresivo que parezca) afecta tanto a hombres como a mujeres, no resulta sorpresivo que las mujeres sean quienes resultan más afectadas.
El primer tipo de machismo, el visible, es con el que la mayor parte de la población está familiarizado: los golpes, los insultos y los feminicidios forman parte de este tipo de machismo. Para mucha gente, este es el único tipo de machismo que existe, ya que es el que recibe más atención en los medios de comunicación. Esto no es de sorprender, considerando las múltiples noticias acerca de abusos de pareja y feminicidios que se reportan a diario.
El machismo invisible, por otro lado, es el más frecuente y el de más fácil propagación. Este se basa en el comportamiento social y, podría decirse, que forma parte de las leyes no habladas de la sociedad. Se compone de aquellos prejuicios con los que juzgamos y somos juzgados. Cada vez que una mujer es vista como “una cualquiera” por llevar una minifalda, o que a un niño se le dice que “pega como niña” por no ser muy fuerte, existe una mal interpretación, tanto de lo que significa el ser mujer como de lo que significa ser un hombre.
En mi opinión, existen dos aspectos del machismo invisible que son los más lamentables. El primero es que este dificulta la exteriorización de los sentimientos. Por ejemplo, hemos llegado al punto en el que si un hombre le dice a otro que “lo ama” en un sentido de hermandad, a este se le llamará “marica” en un tono despectivo. Es también el machismo invisible el que lleva a la exclusión de los homosexuales y transexuales de la sociedad mexicana, ya que el resto vea su orientación sexual como un indicador de su “hombría” o de si “femineidad”.
El segundo es que este se transmite (prácticamente se enseña) de generación en generación. En el mejor de los casos, los jóvenes crecen y descubren que hay otras formas más dignas de interactuar con otros seres humanos, tanto hombres como mujeres. En el peor de los casos, estos hechos pasan desapercibidos por la juventud mexicana y a su vez, esta termina formando parte de este problema sin ser consciente de ello.
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